Capítulo III
Me quedé con la mirada fija en el suelo e intenté pensar un momento. A ver, estaba en el baño, iba a ducharme, ¿qué había hecho justo antes de encontrarme allí? La sentí en la mano, la moneda, tenía el puño cerrado alrededor de la moneda. Me la metí en el bolsillo.La gente caminaba tranquilamente, parecía un día cualquiera en cualquier lugar del mundo pero… ¿en qué lugar? Debería preguntarle a alguien. Sí, claro: “Oiga, perdone, ¿dónde estamos?” Uff, no podía hacer eso.
Sin embargo, eso no era todo, algo era diferente. Los edificios me resultaban extraños, nunca había visto arquitectura de ese tipo; y la gente, la ropa que llevaba también era rara. No había bullicio (16), ¿no hablaba la gente? Sí, sí hablaban, pero muy bajito. ¿Y los coches? ¡No había!
A punto estuve de ponerme a gritar, me estaba agobiando (17) mucho, muchísimo.
Me puse a caminar, no iba a quedarme parada en mitad de la calle. Vi a varias personas agrupadas en una esquina, pasé por su lado y me di cuenta de que estaban mirando algo en una pantalla. Me puse al lado de un señor que llevaba un largo abrigo blanco, como una bata de médico pero de una tela un poco brillante y observé la pantalla.
“… los ciudadanos no tienen que preocuparse esta vez, las tormentas solares que se avecinan no tendrán ningún perjuicio contra la salud siempre y cuando se utilicen las medidas de seguridad establecidas en el acuerdo de Moscú de 2134…”
¿Cómo? ¿Tormentas solares? ¿2134? ¿A qué se refería? No podía creérmelo, no podía ser cierto. No podía ser el año. Miré alrededor. La ropa, todos llevaban esa tela un poco brillante pero de diferentes colores, todos colores claros. Las mujeres no llevan bolsos, no vi ningún perro, los coches, no estaban… ¿y las tiendas? Tampoco veía ninguna. No, no, no… ahora sí que iba a ponerme a gritar. ¿Cómo había llegado allí? ¿2134?
Y de pronto lo vi, al turista, el que me había dado la moneda. Me costó reconocerlo, la ropa era diferente, no había cámara de fotos tampoco. Estaba parado enfrente de un gran edificio. Me acerqué a él.
‒ Perdone ‒ le dije mientras le tocaba el brazo para llamar su atención.
Apartó la vista un momento del edificio, me miró, sonrió, pero no me contestó.
‒ Perdone, ‒ repetí‒ es usted ¿verdad? Aquí, en la cafetería, bueno, allí, quiero decir... ¿Me entiende?
Volvió a mirarme.
‒ Era mucho más bonito antes ¿no?
‒ ¿Cómo?
Me puse a mirar hacia el edificio que absorbía toda su atención, a través de la puerta de cristal vi una estatua. No me costó trabajo reconocerla. Era la estatua de Pedro Romero, la del parque. No había que ser tonto para llegar a la misma conclusión que yo llegué: De alguna manera, por increíble que pudiera parecer, había viajado al futuro y lo que tenía delante de mis narices era lo que quedaba del parque.
El turista interrumpió mis pensamientos.
‒ Antes era más bonito. Se han cargado (18) la vista.
‒ Sí, claro ‒ carraspeé (19). ‒ Esto es todo demasiado… no sé cómo decirlo… ¿artificial?
‒ Ja, ja, ja. ‒Le había hecho gracia mi comentario.
‒ Sí, tienes razón: “artificial”. O si lo prefieres, frío. Por eso suelo visitarlo a menudo. El pasado. ‒ Aclaró.
No necesitaba más confirmación.
‒ ¿Qué hago aquí? ‒ le pregunté.
Ignoró descaradamente (20) mi pregunta.‒ ¿Vienes?
Lo seguí, ¿acaso tenía algo que hacer?
Caminamos hacia el Puente Nuevo, que ahora era una pasarela automática. El turista se paró al comienzo de la pasarela.
‒ Este es el único sitio desde el que se puede ver el paisaje ahora. Si es que se le puede llamar así.
Tenía razón. Donde antes se contemplaban las montañas solo había una extensión de construcciones uniformes. Una verdadera pena. Me deprimió un poco.
(16) Jaleo, ruido.
(17) Preocupando
(18) Han estropeado
(19) Toser para aclarar la garganta.
(20) Sin vergüenza
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